Hace un año me encontraba en la habitación de un hotel de Montreal. De pronto, el sonido siempre esperanzador del ‘guasa’ iba a llenar mi día de su antónimo.
Lamari de Chambao en un texto breve me decía: «Se ha ido un amigo, una buena persona, hasta siempre Rockberto».
Automáticamente mi cabeza empezó a resetear todos los recuerdos con él y me trasladaron al Parque de Málaga a mediados de los 70. En el paseo desde mi casa de Reding hasta el Centro. Me flipaba aún sin saberlo ‘lo Neo’ que era todo en mi camino. El Ayuntamiento (Neobarroco modernista), el Banco de España (Neoclásico), el rectorado –por aquella época– correos (Neomudéjar) y a continuación como si de la progresión de los órdenes clásicos se tratara, junto a una fuente en uno de los parquecillos, los Neohippies malagueños haciendo música con ‘el Macuto’ al frente, sus porritos y sus cosas.... Eso sí que era manierismo y lo demás son tonterías.
Pero yo estaba en mi Barroco particular como alumno del colegio del Palo y con mi amigo Agustín Utrera nos veíamos más cerca de ‘Bernini&Mcartney’ y su ‘Let it be’. Pero en una feria de aquellas, compartimos escenario, coincidimos… y como parecía sacado de un cuadro de Ribera nuestro barroquismo empatizó del tirón con él.
Unos años después, en unas navidades cuando ya me había trasladado a Madrid a ver si estudiaba un poco, hicimos un ‘changüey’ rápido para ganarnos un dinerillo tocando en un hotel de Marbella la noche de Fin de Año.
Y allí estábamos con un grupo montado para la ocasión: Luis de las Heras a los teclados, Agustín Utrera al bajo, un servidor a la batería y el gran Roberto a la guitarra y voz. Los cuatro con traje de terciopelo negro, pajarita roja y un repertorio que no llegaba a tres pasodobles. Madre mía, ¡qué cuadro!
En uno de los descansos le dije: «Roberto, nos van a correr a gorrazos como volvamos a tocar las mismas canciones en el siguiente pase». «Tranquilos vosotros tocad una base cualquiera de pasodoble y yo me encargo…». Y allí empezamos: «Tarara tachí tachín…». Y Roberto cantaba: «Que la deeeeeeeejen…», cada cuarenta segundos lo volvía a cantar: «Que la deeeeeejen…». Cuando llevábamos así 20 minutos y la amenaza de ruina sobrevolaba nuestras pajaritas, por fin Roberto lo terminó: «Que la dejen, que baile sola, solita sola quiere bailar».
‘A hard days night’…
Pasaron los años, mi programa de radio envolvía las noches madrileñas de humo, risas y rock&roll y allí ya estaba ‘el macuto’ ya convertido en Rockberto presentando uno de los primeros discos de Tabletom. Durante la hora que duró la entrevista Madrid fue Málaga. ¡Qué locura! ¡Qué emoción!
Tabletom, como otros grupos que tiene al frente a alguien que marca una diferencia, siempre gozó de gran respeto en la capital del reino y sus conciertos eran una sobredosis de boquerones y pipirrana de pimientos. ¡Oju! Como hubiera disfrutado Andresito Bretón y su chavalería de los años 20.
A finales de los 90, los invité a tocar en ‘Los conciertos de Radio3’, de pronto la productora del programa viene corriendo y me dice: «Paco, tío, has visto como huelen los pasillos» y, esa casa de la radio diseñada por el mismo arquitecto que hizo la cárcel de Carabanchel, pasó del ‘Neoescurialismo’ al ‘Neohippismo’ del Parque de Málaga. ¡Qué guay!
Ese concierto de Tabletom es uno de los mejores de los más de 1.500 grabados hasta la fecha.
En el verano de 2008, Luz invita a Rockberto y a Lamari a cantar su canción ‘Quiéreme aunque te duela’, en su concierto benéfico de La Malagueta. En los ensayos. le pregunto a Rockberto: «Oye, ¿cuándo vais a sacar un disco en directo?, ya toca ¿no?». Él con su inconfundible acento malaguita: «Zi, a vé… lo del disco está chungo… pero tengo el título que le pondría». «¿Cuál Roberto?», le pregunté. «Insoportabletom». Le imploré: «Por favor, Roberto, saca ese disco».
A la noche, ya en el concierto, Luz llama a Tabletom al escenario, empieza la canción… cuando Roberto tiene que empezar a cantar todos nos damos cuenta que se le ha ido la letra e improvisa: «Esa Luz, porque soy andaluz…». ¡¡Qué grande!! Mi barrio atronaba…
La última vez que nos vimos fue al lado de la estación en la carretera de Cádiz donde vivía, estaba con un viejo amigo batería que lo esperaba para ir a desayunar.
Su sonrisa al verme fue la de siempre –aún estando ya malito– y en mi cabeza volvió a sonar… «Que la dejen, que baile sola, solita sola quiere bailar».
Ha pasado un año desde que nos dejó y ahí está su figura y su vida, cual tratado musical Vitruviano malagueño de los desórdenes clásicos.
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